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17 de febrero de 2007

hair

quienes me conocen saben que la sola visión de mis uñas vapuleadas por años y años de constantes mordiscos compulsivos es indicio de que, en lo que se refiere a esto de la ansiedad o del nerviosismo, y yo diría que al angst existencial, parezco ser lo que podría ser llamado un caso clínico. quienes me conocen bien saben asimismo que, después de hablar durante un rato conmigo, este indicio original puede ser confirmado como correcto, muy pese a una cierta actitud mía supuestamente arrogante que por otro lado, gracias a dios o más bien al hecho de que por suerte hasta yo parezco estar “madurando” (envejeciendo), se ha ido haciendo cada vez menos marcada con el paso de los años... muy a diferencia, alas, de la ansiedad que no me abandona ni mientras escribo esto (me acabo de descubrir a mí mismo mordisqueándome una uña de la que ya no queda casi nada que mordisquear), y que a veces se convierte en franca misantropía y en un pavor absurdo a determinados tipos de interacción humana.

si creen que exagero, consideren mi inexplicable y enfermiza aversión a visitar la peluquería. inexplicable, digo, porque aunque uno podría creer que la culpa es de kurt cobain (entre el año 1991 y el año 1999 iba yo de nirvanito, o más bien de algo entre hippie y grunge desorientado, con el pelo largo largo, y durante todo ese tiempo me negué, con celo casi religioso, a pisar la peluquería así sea para acompañar a algún pana o familiar), lo cierto es que ya desde pelado detestaba el que una persona desconocida me metiera tijera en el pelo. definitivamente, yo prefería, y con mucho, andar con un “peinado” lamentable, similar a un casco, que me valió más de un epíteto (de hecho, los miembros de un grupo de panas y conocidos solían rayarme durante mi infancia, justamente, diciéndome “casquillo”) pero que al menos me evitaba, en su casi enternecedora sencillez, la visita regular al peluquero, así como sobre todo el tener que conversar con éste, intentar explicarle qué es lo que quiero, y acto seguido ponerme literalmente a su merced y esperar que el man no haga la casita y me deje más feo aún que con mi por lo menos habitual casquillo.

o sea, no es que de pelado no haya tenido nada de ganas de tener un peinado bacano como la gente, o al menos así me lo imagino ahora, sino que me ponía nervioso la noción de que no iba a poder expresarme bien, o de que no se me iba a entender. a la vejez me digo que era un miedo instintivo a una comunicación en la que, casi inevitablemente, la mayor parte de las ideas o de los matices que uno tiene en mente se quedan lost in translation.

pero como uno ya no puede andar con un casquillo, porque al fin y al cabo no es ni cantante británico ni prepúber quemeimportista, me toca ir de cuando en cuando al peluquero.

hace poco más de dos semanas, luego de haber ido por última vez a que me corten el pelo en julio del año pasado (!), y de haber estado postergando una nueva visita durante meses, no me quedó ya más que hacerme al dolor, dado que la visión cotidiana al espejo precisamente dolía tanto, y me armé de valor para entrar a una peluquería semiindustrial en la que la cosa es bastante anónima y nadie espera mucho de nadie para, allí, enfrentarme a mis propios fantasmas. el resultado creo que se deja ver, aunque está claro que no pienso colgar una foto aquí para que mis malsanamente curiosos/as lectores/as lo vean. lo interesante, eso sí, fue encontrarme con una peluquera con ínfulas de psicóloga que fue capaz de leerme como libro abierto y de, por un lado, tranquilizarme con su verborrea semiterapéutica, así como de, por otro, intranquilizarme con ciertos comentarios que harían tambalear la autoestima de personas con –valga la redundancia– mucha más autoestima que yo.

en efecto, después de informarse someramente sobre mi país de procedencia y sobre mis... hm, digamos ocupaciones varias, y por último también sobre mis preferencias en cuanto a peinados, esta señorita empezó por decirme que me convenía tal y tal cosa, un corte de tal y tal longitud en la parte de atrás de la cabeza y de tal y tal otra en la de adelante, y de tal y tal manera, porque según ella mi cara es ovalada (yo diría que cada vez es más redonda) y entonces había que hacer no sé qué vainas. no soy peluquero, así que por dios que no entendí un par de los términos técnicos de la man, pero obviamente no pedí explicaciones tampoco, no tanto para no quedar como la bestia que soy sino básicamente en plan de resignación cristiana muy a lo “hágase tu voluntad y no la mía”. ya suficiente estrés tenía yo con el hecho en sí de estar sentado allí, frente al espejo, y además, no sé, al fin y al cabo ella era la experta, y hasta ese momento todo iba bien... aunque ella ya se había lanzado un comentario algo ominoso relacionado con que yo necesitaba un peinado “que haga que el cuello se vea más largo”, lo que no pudo dejar de ponerme en guardia, porque pese a toda la gordura yo creo no haber perdido todavía del todo el cuello.

en todo caso, un inicio prometedor, esto de su muestra de competencia, es decir su evidente afán de darme consejo profesional y de no dejar todo en mis manos o más bien en mi parapléjica capacidad de expresión a la hora de intentar expresar estas cosas. también me puso un poco más relajado su cháchara inocua, tan fluida que parecía más bien latinoamericana, también por lo a veces inverosímil pero siempre tremendamente refrescante. y sí, su cháchara trataba sobre su propia vida y sus propios milagros, sobre su novio dizque arquitecto medio pesado, sobre todas las ciudades del mundo en las que tiene familia, sobre su pasión por las islas británicas (?), sobre su infancia en letonia, el escape de su familia por razones políticas, y sus proyectos para el futuro, sobre su opinión sobre la vida en moscú, su bastante moledor horario laboral y hasta sobre –i swear to god– el árbol genealógico de su prima hermana favorita, entre otros temas que desgraciadamente he olvidado. con decirles que hasta me acabó confesando su edad sin que yo le haya preguntado nada...

no sé, si yo fuera mark twain seguramente me hubiera puesto más bien a pelar bien el oído para después transcribir eufóricamente lo escuchado o al menos intentar vagamente imitar esta capacidad retórica inusitada por escrito, pero como no soy mark twain sino un neurótico con fobia a los peluqueros no pude dejar de seguir estando en guardia, sin saber bien cómo reaccionar ante tanta afabilidad y, sobre todo, temeroso de algo que no podría definir muy bien... ¿la posibilidad de que ella cometa un error y yo me tenga que hacer rapar? no; temeroso más bien, supongo, de la nada remota posibilidad de que ella, después de haberme contado tanto sobre sí misma, me haga preguntas personales a mí.

y es que es justamente eso lo que hizo, muy de repente y aparentemente sin que venga mucho al cuento... pero es que sí venía al cuento, porque de hecho lo que me preguntó es nada menos que si me sentía incómodo, si yo era una de esas personas a las que no les gustaba ir al peluquero.

toda una sherlock, la man, porque se había dado cuenta de esto no sólo por mi lenguaje corporal bastante revelador sino también porque yo había llegado con el pelo tan largo y encima le había dicho tímidamente a ella que es que llevaba meses sin cortármelo, que se me había “pasado por alto”.

y toda una psicoanalista la man, también, porque empezó a preguntarme que si de niño había sido siempre así, y yo pues que sí, y luego la man que si es que lo que me molestaba o me ponía nervioso era el hecho de estar sentado a la merced de alguien, el hecho de no poder controlar la situación y de ser claramente impotente, y yo, joder, ¡que sí!, y ella después incluso que si es que esto era para mí una situación similar a la de ir al dentista, y yo ya casi que diciéndole “aleluya” porque carajo, ¡la verdad es que sí!, y la man todo el tiempo asintiendo con la cabeza, diciéndome (i swear to god again) que es algo normal y que ha tenido otros clientes con temores similares, mirándome con una expresión de total comprensión a los ojos en el espejo, y yo con el pelo mojado y apachurrado contra el cráneo como un cretino o como un pajarraco mojado, con ese cada vez más visible agujero que ya puede ser llamado calva incipiente llamando la atención de la gente (y sobre todo la mía) a gritos, la cara llena de pelitos extraviados... en definitiva, conmigo precisamente a la merced de la man, pues, sin control de la situación, impotente como en el consultorio del dentista pero habiendo, por fin, encontrado a alguien que me entiende.

para que después de un rato la man venga y la cague y me pregunte que desde cuándo se me cae el pelo y que si eso que ve en la parte frontal de mi cuero cabelludo es una cicatriz o simplemente un hueco que se extiende. ante lo que yo le contesté, sobresaltado por lo directo de la pregunta pero muy fiel a la verdad, que es ambas cosas... pero sobre todo lo segundo, o sea un vulgar agujero creciente, al menos desde hace unos años. y ella que acaba con una frase que se le salió muy espontáneamente, y que supongo que no pretendía causarme más traumas que los que habíamos iluminado tan productivamente durante la anterior terapia ad hoc de mi peluquerofobia, pero que ha estado a punto de causármelos, porque, no sé, me dijo: “yo no sería feliz si se me cayera el pelo así”...

poco tacto, el de la peluquera, al final, pero vaya poder de percepción de la man.

el soundtrack es, ahorita ahorita (me he demorado bastante escribiendo este mamotreto, seguramente unos cuatro o cinco cds) un disco recopilatorio de la mil veces mencionada revista spex (cuyos titulares actuales pueden encontrar en la barra de la derecha, junto a los de el universo, libération, der spiegel, the village voice y kicker gracias al incansable trabajo de pimp my blog de mi hermano mencionado en el post anterior). se trata, más especificamente, del disco que vino con la edición de julio del año pasado, en el que hay música bacansísima de whomadewho y de metallic falcons, entre otros, pero en el que mi canción favorita es sin duda la pegajosísima “young folks” de peter, björn and john, un gran hit veraniego indie cuyo encantador video incluyo para tirarme a que soy un blogger de verdad y también, por qué no, para compartirlo con todos ustedes.



eso por ahora porque ya suficiente. supongo que el oscar se lo llevará babel, aunque tengo que reconocer que no he visto ninguna de las cinco películas nominadas en la categoría principal. parece inevitable que los actores que ganen sean forest whitaker, helen mirren, eddie murphy y jennifer hudson. en cuanto a directores, me temo que va a ganar scorsese, quien es también en mi modesta opinión el más importante director estadounidense vivo pero por eso mismo debería quedarse ya sin oscar, en vista de que no se lo han dado en más de treinta años. de ese modo, el man se convertiría en una leyenda cinematográfica à la chaplin, hitchcock o welles y no en un asimilado más a quien la academia va a premiar ya demasiado tardíamente para que sea ovacionado durante minutos y minutos por el público presente en un momento “emotivo” y vacío más de la historia de estos por otra parte bastante vacíos premios. no sé, yo preferiría que siga manteniendo algo de su reputación y destino de semi-outsider...

pero ya pues. chaos (and that’s an order).

pd: sólo porque no me puedo aguantar, y dado que mencioné los premios oscar: qué penosa la reunión de the police en los grammy awards, ¿no? the police fue un gran grupo, pero, justamente, fue... y sting ya no parece estar en condiciones de llegar a las notas más altas de la versión original de “roxanne”. patético. debería dedicarse a escribir óperas rock, en mi opinión, ¿quizás una en homenaje al sexo tántrico? ¿o una sobre la salvación de la amazonía? una, en todo caso, que yo no vería ni escucharía, no tanto por lo del sexo tántrico o de la amazonía sino más bien por lo antipático que es el man.

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